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La mía, una familia normal
Autor
 Padre Felipe Santos

 

Hola Jesús

Te expongo en esta carta la alegría de mi juventud compartida, en casa, con mis padres y abuelos. Es precioso que se junten varias generaciones llenas de tu fe y con la misma ilusión en sus corazones, a pesar de las diferentes edades.

Quiero manifestarte que desde siempre eres parte de mi vida. Te soy sincera. Otros jóvenes de mi edad dicen que se entienden directamente contigo. No quieren saber nada de todo aquello que sepa a organización o institución. La familia, como institución, la ven bien hasta que comienzan las discusiones y los enfrentamientos por causas del dinero, principalmente. Unos se separan para casarse. Otros huyen de casa porque no aguantan a sus “ viejos”. En contra de ellos- es bonito luchar a contracorriente- me siento feliz por la infancia que tuve al lado de mis padres y abuelos. Y ahora de joven sigues ocupando el centro de mi vida. Desde que era niña aprendí de manos de mis padres a amarte. Lo que se aprende niño nunca se olvida. Pero hay que cultivarse en tu reino evangélico. No se puede una descuidar. Apenas se te abandona, viene el desconcierto o el vivir tirando de mala forma de la aventura de la vida, el regalo mejor que tenemos en las manos.

No sé por qué razón muchos amigos y amigas de mi edad te han aparcado en sus vidas. Parece que les da vergüenza confesar abiertamente que son creyentes y amigos tuyos. Parece que estamos en la era de la autosuficiencia. La nueva tecnología aparta a algunos de tu camino. Pienso que les hace falta la identificación de sus personas y de su fe. La increencia, muchas veces, es un tópico más que se ha introducido en nuestra sociedad de consumo.

Cuando echo una mirada retrospectiva a mi vida, noto que tú has tomado parte en todas mis cosas. Creo que es bonito que mis compañeros y la gente, en general , sepa que existen buenas personas en el mundo que les rodea. Ya sabes que los medios de comunicación escritos y orales tan sólo anuncian y comunican desastres en la juventud, catástrofes en los adultos y malos tratos a los niños. Esto es lo raro. Pero como lo dicen estos potentes medios, muchos se creen que todo va fatal. No es verdad. 

Conservo mi espíritu joven. Esto es clave para vivir felizmente. Dentro de nosotros hay siempre un niño que no debemos ahogar. El nos permite mantenernos con la capacidad de asombro ante toda la naturaleza, ante el envejecimiento, los acontecimientos y ante ti, Señor amigo.

A propósito de esto, deseo comunicarte hoy que tengo unos abuelos sensacionales. Los respeto y los amo mucho. Dan en casa ese aire de paz y de serenidad, propios de la vejez o de la tercera edad o de la vida ascendente como se llama hoy.

Sus fuerzas físicas flaquean, su memoria del pasado es tan viva que me deja atónita. Olvidan fácilmente las cosas del momento presente. No las que vivieron en sus años de niñez y de juventud.

Gracias a la juventud acumulada, no piensan en cosas raras. Todo lo ven con la naturalidad de su profunda fe , esperanza y caridad que animan su vida interior. Se sienten a gusto con sus hijos y nietos. Hay ,a veces, ciertas opiniones distintas. Es normal. Saben que muchos de su edad , no están ya a su lado. Es el tiempo de pensar en la cercanía del encuentro contigo. Pero de una forma serena y apacible. ¡Qué placer me da verlos tan enteros ante todo lo que significa la vida y la muerte, su amiga que les da paso para estar contigo!

Sé que me dicen que mi familia es ideal. No, les suelo decir que es una familia normal. Lo que nos ocurre es que vivimos anclados en valores permanentes. Estos no cambian nunca. Dios es tanto para jóvenes como para ancianos.

Por eso, Señor, esta mañana hemos leído en casa todos juntos, tres generaciones, tu palabra reconfortante y alegre: “ Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas; ahora, en la vejez y las canas, no me abandones, Dios mío”.

Pienso que si las familias fueran como la mía, la Humanidad marcharía por sendas de paz, comprensión, concordia y acogida. Este es el ideal vivo que late en tu Evangelio para siempre. Solamente nos cabe una cosa: vivirlo y no dejarnos llevar por corrientes y modas ajenas a la eterna verdad.

Gracias, Señor, porque tú eres el verdadero artífice, el auténtico impulsor de familias que viven unidas y en amor sin que para ello sea obstáculo la diferencia de edades. En ti todo es siempre novedad y primavera perpetua.

Con todo mi cariño, Adela 15 años
 
 Fuente:

autorescatolicos.org

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