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La familia, un único modelo querido por Dios |
Autor |
Camilo Valverde Mudarra |
Se vive, en Valencia, el V
Encuentro Mundial de la Familia, entre cuyos actos figura una feria
internacional de la familia y un congreso teológico-pastoral; todo el
evento se cerrará con la presencia del Papa, Benedicto XVI, los días
8 y 9 de julio de este 2006. Estos encuentros que se celebran cada
trienio mediante rotación entre continentes, son organizados por el
cardenal colombiano, A. López Trujillo, Presidente del Consejo
Pontificio para la Familia. España fue elegida, como sede, por
deferencia especial de S.S. Juan Pablo II, decisión que confirmó el
actual Papa.
Ratzinger, filósofo y teólogo
de enorme talla intelectual, conoce el valor de la familia y su
fundamento esencial; él, como maestro de la fe, aportó la base para
la exhortación apostólica “Familiares Consortio” de J. Pablo II,
en 1981. En Valencia, por tanto, con el carisma pontifical de Pedro,
dirá la verdad; expondrá las palabras que vienen de Dios. Hablará,
a la Iglesia Universal, de la vida humana, de la fidelidad y de la
felicidad, con gran claridad catequética; de los principios
fundamentales de la fe, de los asuntos no negociables: la familia, la
paternidad, la maternidad, los hijos, en un servicio único desde los
campos de la teología, la doctrina y el pensamiento. Predicará las
certezas de Dios.
La familia es un gran don
para los pueblos, sobre todo, cuando se deshacen sin vida y sin
esperanza, pueblos sacudidos por la secularización, por el olvido de
las normas morales, por el hedonismo y el relativismo. La sociedad
necesita valores para vivir, para avanzar en su desarrollo, para
mantenerse firme en sus creencias.
Es preciso hablar el
lenguaje de la fe con serenidad, sin estridencias, sin vacilaciones ni
dudas. Hay puntos que no se pueden negociar; las verdades no son
negociables, como no lo es la familia y la vida. El matrimonio entre
hombre y mujer y la familia, dice el Papa, “son insustituibles y no
admiten alternativas”. El matrimonio natural y el sacramento
cristiano, no pueden ser sustituidos por nada. Es un modelo original,
querido por Dios. Es la unión indisoluble de hombre y mujer hasta la
muerte, con el cimiento de la fidelidad, que protege la donación
total. El matrimonio es un compromiso integral de vida y amor, en que
los esposos se otorgan mutuamente de forma completa; si no fuera así,
se llegaría a la tragedia de no poder confiar. La fidelidad es la
felicidad, la posibilidad de volcarse en el regalo de los hijos. La
sociedad ha caído en formas y actitudes en que no cuenta el
sacrificio, la responsabilidad, el deber y la renuncia. Los padres no
son víctimas ni mártires del matrimonio que es fuente de felicidad,
así como lo son los hijos que llenan de juventud, alegría e ilusión
la familia, y no sólo de sufrimientos, inquietudes y esfuerzos; esta
concepción es un evangelio hermoso.
En España, la ley ha
establecido “uniones” de otro tipo. El matrimonio no consiste ni
procede de un proyecto de un parlamento o de instituciones que hoy están
y mañana se van; no es un proyecto arquitectónico que puede
modificarse o quedar sin terminar. No hay varios modelos. Hay un solo
modelo que viene de Dios y es insustituible. Por eso, se equivocan
quienes quieren presentar como matrimonio modismos que no lo son ni se
parecen; no alcanzan la realidad antropológica de matrimonio, del que
no cabe una definición maleable, como gelatina en las leyes o en las
constituciones, y estoy hablando a nivel universal. Los jóvenes españoles
se encuentran con otros modelos; ven una alternativa falsa, porque no
tiene esa profundidad humana, psicológica, esa contextura firme de
ley natural. Se está sembrando una especie de cizaña, de ambigüedad
conceptual, de pensamiento desorientador para la juventud, que puede
encontrarse en momentos de gran confusión, sin saber por lo que
optar, sumergidos en la bruma de marañas adversas. Oteará sin poder
ver cuál es el futuro, cómo hacer su camino y ser feliz. Por esta
razón, fue tan bien acogida la encíclica del Papa “Dios es
amor”. El “ágape” es la unión de amor y de ternura en una sola
carne, que sólo se da en el matrimonio, vivido con respeto, con
sentido de vocación y de aventura delante de los ojos de Dios. Es un
mensaje de honda hermosura que no se puede ocultar a los jóvenes por
miedo a cohibir su libertad; el conocimiento de la verdad los provee
de la luz, para desechar los atajos por los que no encontrarán esa
libertad, sino una pobre esclavitud. El Papa, como J. Pablo II, se lo
recuerda con frecuencia; hace
poco, en junio pasado, en un pensamiento suyo ya muy conocido, invitó
a defender la familia frente a la confusión de otro tipo de uniones
basadas en el amor débil. Es bueno que se sepa que lo ha dicho y
conveniente que lo profundicemos; precisamente, cuando el laicismo
propugna y anuncia comportamientos y posturas que corrompen y
esclavizan. Otra cosa es la acogida que exige el amor cristiano. Hay
que tener respeto a las personas homosexuales y prestarles toda ayuda;
pero, no queremos ahora enfatizar ese problema.
La experiencia de la
humanidad sobre el modelo único de matrimonio entre hombre y mujer es
excelente. Por ello, preguntamos a los políticos pacíficamente y
serenamente, si han descubierto esos parlamentos de unos pocos países
y sólo en los últimos diez años, que la humanidad ha cometido, a lo
largo de toda la historia, el error de creer en el matrimonio. La
familia es una columna consistente, un bien común del cuerpo social,
anterior y superior al Estado, como ya señaló la filosofía griega.
El Estado debe respetarla y ayudarle en su permanencia y arraigo.
Hoy se ve que J. Pablo II
tuvo una intuición certera hace veinticinco años, cuando creó el
Consejo Pontificio para la Familia. Las condiciones sociales han
cambiado; las mujeres se han incorporado al mundo laboral, y, muchas
veces los dos cónyuges han de salir a trabajar; los niveles de vida
han subido de modo que el coste económico de un niño y de su educación
es mucho mayor. Muchas naciones,
incluso, con graves problemas demográficos, no invierten lo
que deberían en la familia; son problemas graves que ya abordaba la
encíclica “Laborem exercens”. La Iglesia no se opone al trabajo
profesional de la mujer, va contra su ejercicio forzoso y obligatorio,
que impone la pérdida del clima, la cercanía y el tiempo de
comunicación y la convivencia del estar juntos, a lo que se añade la
televisión intrusa, manipuladora y deformante al servicio de
intereses tendenciosos.
Todas estas cuestiones amenazan la “ecología de la
familia”. Afrontarlos, desde políticas familiares de ayuda a la
educación, a la vivienda, a la familia numerosa, comienza a preocupar
en Francia y, así mismo, en Italia; si los gobiernos no toman
conciencia de que su mejor inversión es la familia, están errando de
forma seria. La familia es esencial para todos los pueblos, la
sociedad que no apoya la familia se destruye y suicida, al destruir el
futuro de los hijos. Una tendencia, que diluye la familia en la ficción
de las parejas de hecho, mina la esencia familiar y ofrece una
alternativa sin consistencia, sin racionalidad y sin futuro. (Opinión
del Cardenal A. López Trujillo vertida en la prensa, julio del 2006). |
Fuente: | autorescatolicos.org |
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