"Cada
hogar cristiano -dijo san Josemaría en una homilía pronunciada en
1970- debería ser un remanso de serenidad, en el que, por encima de
las pequeñas contradicciones diarias, se percibiera un cariño hondo
y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida".
(Es Cristo que pasa, 22, 4)
24 de agosto de 2004
* Verdaderamente es infinita la ternura de Nuestro Señor. Mirad con
qué delicadeza trata a sus hijos. Ha hecho del matrimonio un vínculo
santo, imagen de la unión de Cristo con su Iglesia (Ef. 5, 32), un
gran sacramento en el que se funda la familia cristiana, que ha de
ser, con la gracia de Dios, un ambiente de paz y de concordia,
escuela de santidad. Los padres son cooperadores de Dios. De ahí
arranca el amable deber de veneración, que corresponde a los hijos.
Con razón, el cuarto mandamiento puede llamarse —lo escribí hace
tantos años— dulcísimo precepto del decálogo. Si se vive el
matrimonio como Dios quiere, santamente, el hogar será un rincón de
paz, luminoso y alegre.
Es Cristo que pasa, 78, 6
* Familias que vivieron de Cristo y que dieron a conocer a Cristo.
Pequeñas comunidades cristianas, que fueron como centros de
irradiación del mensaje evangélico. Hogares iguales a los otros
hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo, que
contagiaba a quienes los conocían y los trataban. Eso fueron los
primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy:
sembradores de paz y de alegría, de la paz y de la alegría que Jesús
nos ha traído.
Es Cristo que pasa, 30, 5
* Me conmueve que el Apóstol califique al matrimonio cristiano de «sacramentum
magnum» —sacramento grande. También de aquí deduzco que la labor de
los padres de familia es importantísima.
—Participáis del poder creador de Dios y, por eso, el amor humano es
santo, noble y bueno: una alegría del corazón, a la
que el Señor —en su providencia amorosa— quiere que otros libremente
renunciemos.
—Cada hijo que os concede Dios es una gran bendición divina: ¡no
tengáis miedo a los hijos!
Forja, 691
* Al pensar en los hogares cristianos, me gusta imaginarlos
luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia. El mensaje
de la Navidad resuena con toda fuerza: "Gloria a Dios en lo más alto
de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad" (Lc
2, 14) . "Que la paz de Cristo triunfe en vuestros corazones",
escribe el apóstol (Col. 3, 15) . La paz de sabernos amados por
nuestro Padre Dios, incorporados a Cristo, protegidos por la Virgen
Santa María, amparados por San José. Esa es la gran luz que ilumina
nuestras vidas y que, entre las dificultades y miserias personales,
nos impulsa a proseguir adelante animosos. Cada hogar cristiano
debería ser un remanso de serenidad, en el que, por encima de las
pequeñas contradicciones diarias, se percibiera un cariño hondo y
sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida.
Es Cristo que pasa, 22, 4
* Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño, un auténtico
ambiente de familia: de eso se trata. Para santificar cada jornada,
se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en
primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la
sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría... Hablando del
matrimonio, de la vida matrimonial, es necesario comenzar con una
referencia clara al amor de los cónyuges.
Es Cristo que pasa, 23, 4