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Catequesis familiar |
Autor |
P. Mariano Esteban Caro |
CATEQUESIS EN FAMILIA Desde la infancia hasta el umbral de la madurez,
la catequesis familiar, forma fundamental de toda catequesis, es
“una escuela permanente de la fe y sigue de este modo las grandes
etapas de la vida como faro que ilumina la ruta del niño, del
adolescente y del joven”. (Juan Pablo II, CT 39). La iniciación se
profundiza cuando los padres comentan y ayudan a interiorizar la
catequesis sistemática que sus hijos reciban en otros ámbitos. Los
padres cristianos son “los primeros e insustituibles catequistas de
sus hijos, habilitados para ello por el sacramento del Matrimonio”
(Juan Pablo II, ChL 34). “Esta educación en la fe, impartida por los
padres —que debe comenzar desde la más tierna edad de los niños— se
realiza ya cuando los miembros de la familia se ayudan unos a otros
a crecer en la fe por medio de su testimonio de vida cristiana, a
menudo silencioso”(Juan Pablo II, CT 68).
La fe no se transmite automáticamente. Hay que anunciarla
siempre: “La fe no se debe presuponer, sino proponer” (von Balthasar).
La catequesis familiar debe preceder, acompañar y enriquecer las
demás formas de catequesis. Sus objetivos son: “el despertar
religioso, la iniciación en la oración personal y comunitaria, la
educación de la conciencia moral, la iniciación en el sentido del
amor humano, del trabajo, de la convivencia y del compromiso en el
mundo, dentro de una perspectiva cristiana. Es, por ello, una
catequesis más del testimonio que de la enseñanza, más ocasional que
sistemática, más permanente que estructurada en períodos” (CEE
Catequesis de la Comunidad 273). El Papa Francisco, en su Encíclica sobre la Fe
(LF 53), dedica varios párrafos a la familia, en la que la fe – dice
el Papa- ha de estar presente “en todas las etapas de la vida,
comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse el amor de
sus padres”. Destaca el Papa Francisco la importancia que tiene el
hecho de que los padres cultiven “prácticas comunes de fe en la
familia”, para acompañar así a sus hijos en el crecimiento de la fe.
“Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan
compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y
la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de
crecimiento en la fe”.
EVOLUCIÓN PSICOLÓGICA DE LOS HIJOS DE 0 A 3 AÑOS: La
relación madre-hijo es la base de la religiosidad: la familia es un
factor importante, pero no decisivo. Es una catequesis de ambiente:
la vida religiosa de los padres pasará a los hijos. Hay que evitar
enseñarles muchas oraciones y conocimientos. El niño necesita
seguridad. Es de suma importancia la estabilidad familiar. DE 3 A 7 AÑOS: La
fe es lo que el niño ve en la madre. El amor de sus padres influirá
en su idea sobre Dios. Hay que crear en el niño actitudes básicas
cristianas y humanas. A esta edad debe conocer las verdades
fundamentales, aunque no se aprenda las fórmulas. El niño imita a
quien admira. Las primeras oraciones que aprendan deben ser
sencillas y breves. DE 7 A 9 AÑOS: Los
niños comienzan a buscar las causas, los porqués. Se inicia la
capacidad de razonar: se los puede convencer razonando, no sólo con
afecto. La escuela es una gran ayuda. La familia sigue siendo un
factor importante pero no exclusivo: Los padres son la fuente
principal de las ideas y sentimientos morales y religiosos de los
niños a esta edad. DE 9 A 12
AÑOS: Es una época de tranquilidad y
equilibrio. La memoria alcanza gran desarrollo. Los padres dejan de
ser sabios y todopoderosos. Es la edad de las pandillas. Hay que
mantener un clima de confianza y presentar las normas positivamente.
Al final de este período se puede presentar una crisis religiosa.
Obligarles a hacer algo a la fuerza no ayuda a adquirir buenas
costumbres. "Elige lo mejor, y la costumbre lo hará fácil y suave"
(Pitágoras) DE 12 A 14 AÑOS: En
esta edad se acentúa el espíritu crítico. El preadolescente sufre
una crisis importante de identidad. Desobedece para probar su
independencia. Los valores adquiridos se tambalean; tiene curiosidad
por nuevos valores. Con frecuencia ven la religión como un estorbo
en su vida. Se da un abandono de la práctica
religiosa, aunque no, pérdida de fe. Al romper
con la infancia, rompe también con lo religioso. Hay que descubrirle
que Cristo le ayuda a crecer y a ser verdaderamente libre. Es edad
de formar la personalidad cristiana. En este período crítico los
padres pueden ayudar con cariño, tacto y simpatía. DE 14 A 16 AÑOS: Es
tiempo de imaginación exaltada. Ejercita menos la
memoria; prefiere discurrir. Es el paso a una existencia autónoma.
Edad de agresividad: se opone a los padres y a los maestros.
Necesitan amistad, seguridad; ser comprendidos y vivir en grupo.
Exigen de sus educadores autenticidad y sinceridad. Se da una
progresiva disminución en la práctica religiosa. DE 16 A 18 AÑOS: Es
la adolescencia adulta. Época de intereses altruistas. Busca su
vocación personal. Quiere ser autónomo en lo moral. El modo de
conocer a Dios está marcado por las necesidades
de la razón y del corazón. Decae la práctica dominical y
sacramental. NIÑOS “Desde pequeños, los niños tienen necesidad de
Dios, porque el hombre desde el comienzo tiene necesidad de Dios, y
tienen la capacidad de percibir su grandeza; saben apreciar el valor
de la oración, de hablar con Dios, y de los ritos, así como intuir
la diferencia entre el bien y el mal. Acompañadlos en la fe desde su
más tierna edad” (Benedicto XVI, 13-6-2011). En el desarrollo integral del niño la familia
tiene una importancia decisiva; especialmente la madre ya desde el
momento de la concepción, durante el embarazo y en los primeros años
del desarrollo del niño. Es trascendental un ambiente familiar sano
y amoroso. Un momento destacado es aquel en que el niño
pequeño recibe de sus padres y del ambiente familiar los primeros
rudimentos de la catequesis, que acaso no serán sino una sencilla
revelación del Padre, bueno y providente, al cual dirigen sus
peticiones. El niño aprenderá brevísimas oraciones. Se trata de una
“iniciación precoz” y de una presentación “sencilla y verdadera de
la fe cristiana” (Juan Pablo II, CT 36). Con la escolarización y la apertura a la sociedad
llega “el momento de una catequesis destinada a introducir al niño
de manera orgánica en la vida de la Iglesia, incluida también una
preparación inmediata a la celebración de los sacramentos”. Una
catequesis inicial, pero no fragmentaria, que
deberá revelar, de forma elemental “todos los principales misterios
de la fe y su repercusión en la vida moral y religiosa del niño” (CT
37). Los padres en casa deben acompañar a sus hijos en este proceso
de educación en la fe. ADOLESCENTES En la adolescencia aumenta el deseo de autonomía
personal, que muchas veces se transforma en un alejamiento crítico
de la propia familia. Entonces resulta especialmente importante la
cercanía del educador. Muchas experiencias de esta época marcarán
las etapas sucesivas con vistas a la interiorización de la fe. En esta edad se produce el descubrimiento del
otro sexo y se acentúa la influencia de elementos extra-familiares:
medios de comunicación, grupos de amigos, la escuela. Todo lo cual
hace que sea más difícil la acción educadora de
los padres, que exige ejemplo, influjo discreto,
actitud prudente. “La educación sexual, derecho y deber fundamental
de los padres, debe realizarse siempre bajo su dirección solícita,
tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados
por ellos”. Ha de ser educación para el amor; “clara y delicada”,
que no se relaciona “únicamente con el cuerpo y el placer egoísta”,
pues la sexualidad es “una riqueza de toda la persona”. Esta es la
razón de que la Iglesia se oponga “firmemente a un sistema de
información sexual separado de los principios morales” (Juan Pablo
II, FC. 37). Los padres deben acompañar a los adolescentes
como amigos sinceros, leales y fieles; como
personas responsables y maduras que se preocupan de ellos. Este
acompañamiento debe llevar a los jóvenes a “palpar que nuestra fe no
es algo del pasado, sino que puede vivirse hoy y que viviéndola
encontramos realmente nuestro bien. Así, a los muchachos y los
jóvenes se les puede ayudar a librarse de prejuicios generalizados y
a darse cuenta de que el modo cristiano de vivir es realizable y
razonable, más aún, el más razonable, con mucho” (Benedicto XVI,
11-6-2007).
JÓVENES Más o menos cercano el momento de “dejar a su
padre y a su madre” para unirse a su mujer o a su marido, la familia
sigue siendo la “primera educadora” de los jóvenes, que “llevarán
dentro consigo” a los propios padres en una herencia múltiple, que
ellos, a su vez, seguirán transmitiendo. En esta edad se trata, ante
todo, de que los padres transmitan a sus hijos el “patrimonio
de ser hombre” (hasta el parecido físico), el patrimonio cultural,
el patrimonio de los valores y sobre todo el patrimonio de la fe, un
don de Dios Padre que el joven ha de aceptar y vivir como decisión
persona, responsable y libre. El concepto de “patria” se debe
desarrollar mediante el concepto de “familia”, que educa a sus
jóvenes hijos en la responsabilidad por el bien común de “la familia
más amplia que es la patria”. (Juan Pablo II, Carta a los
Jóvenes 11) La educación de los jóvenes en
la fe debe hacerse con paciencia y cercanía. Esto los ayudará a
sentirse amados por los adultos, que así serán interlocutores
válidos. En una etapa tan fundamental de la vida, los jóvenes
necesitan que la fe los ilumine ante la toma de las primeras
decisiones. Hay que educarlos para que sepan mirar las cosas desde
el evangelio, formándolos en las virtudes humanas y cristianas. Los padres han de educar a sus
hijos, ya desde niños, en el verdadero sentido del amor y de la
sexualidad. La preparación para la futura vida en pareja es cometido
sobre todo de la familia, en la que “se colocan los primeros y más
profundos fundamentos de las actitudes psicológicas y morales que
harán posible la vida matrimonial, disponiendo a los futuros
cónyuges para asumir las responsabilidades que acarrea el sacramento
del matrimonio” (Juan Pablo II, 26-5-1984). .
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Fuente: | autorescatolicos.org |
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