Regresar
El hijo único y la familia como escuela de solidaridad
Autor
P. Mariano Esteban Caro

 EL HIJO ÚNICO

Si el siglo XIX sacó del hogar al padre para llevarlo a los centros de trabajo, el siglo XX ya ha conseguido sacar también a la madre. Además estamos en camino de que desaparezca una de las formas humanas más entrañables para el ser humano, como son los hermanos.

Los sociólogos de la familia están de acuerdo en que hoy se configura esta célula básica de la sociedad como un núcleo reducido a los padres y a uno o dos hijos. La caída del índice de natalidad es evidente. España es la que tiene el índice más bajo de Europa. El número medio de hijos en las familias es de 1,2 ó 1,3. Ya hay muchas familias con un solo hijo.

Estos datos de la sociología inspiraron un espléndido artículo a don Julián Marías (1), publicado en las páginas de ABC el 8 de diciembre de 1994 con el sugestivo título de HERMANOS. En él se pregunta: “¿Cómo se va a hablar de fraternidad el día que los hombres, literalmente, no sepan de qué se trata?”.

Siguiendo esta marcha el índice de natalidad, va a faltar la experiencia de la “hermandad, la condición recíproca de hermanos, el vínculo que une a una persona con otra, por tener padres comunes y criarse probablemente juntos”. Se anuncia así un empobrecimiento de la realidad humana, seguía diciendo don Julián Marías. Y daba la razón: “el niño –después el hombre o la mujer- sin hermanos, en una extraña soledad originaria, sin conocimiento de una de las formas más intensas y enriquecedoras de convivencia”.

Esta situación que se anuncia, repercutirá muy peligrosamente en las formas de convivencia, ya que la mera semejanza no es hermandad. Ejemplo de ello fue recuerda Julián Marías- la “fraternité” de la Revolución Francesa, que eliminó a Dios como padre común de todos y así hizo compatible la guillotina y la fraternidad.

Observa Julián Marías que cuando las grandes organizaciones mundiales se reúnen en nombre de toda la humanidad, se dan cuenta de que en algunas partes del mundo nacen muchos hijos y, por tanto, hay muchos hermanos. Y entonces la solución que se les ocurre es que no los haya. Que se sequen las fuentes de la hermandad.

Trasladando este problema a las familias, habrá que preguntarse cómo van a poder educar a sus hijos en una realidad humana de tantas consecuencias como es la fraternidad. “una hermana es garantía de gratuidad”, decía Juan Pablo II en la Carta a los Sacerdotes del Jueves Santo de 1995 (n. 5). Lo mismo podríamos decir de un hermano. Si los niños crecen sin esta experiencia de gratuidad fraternal, les será más difícil mantener una actitud fraterna también en la sociedad e incluso en la Iglesia.
______

(1) Julián Marías Aguilera (1914-2005) doctor en Filosofía por la Universidad de Madrid, fue uno de los discípulos más destacados de Ortega y Gasset. Ensayista y filósofo eminente, fue profesor en varias universidades de Estados Unidos. Miembro de la Real Academia, en 1996 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.


LA VIDA EN FAMILIA ENSEÑA A COMPARTIR

El Mensaje del Papa Juan Pablo II para la Cuaresma de 1994 tuvo como centro a la familia. Fue su lema: “La Familia está al Servicio de la Caridad; la Caridad está al Servicio de la Familia”. En este Mensaje se invita a todos los cristianos “a transformar su existencia y a modificar sus comportamientos para llegar a ser fermento y hacer crecer en el seno de la familia humana la caridad y la solidaridad”. La familia está al servicio de la caridad, pues en su seno se educa y se vive la fraternidad, la caridad y la solidaridad. Señala el Papa que la vida en común de la familia es en sí misma una “invitación a compartir, que permite salir del egoísmo”. Es responsabilidad de los padres, como primeros educadores, “despertar a sus hijos, mediante el ejemplo y las enseñanzas, al sentido de la solidaridad”.

En este Mensaje, el Papa hace a todos un llamamiento para que sepamos compartir con las familias más pobres, pues “cuando damos a los pobres es a Cristo a quien damos; conscientes de que la solidaridad en lo material “es una expresión esencial de la caridad fraternal”. Pide Juan Pablo II a las comunidades diocesanas y parroquiales que busquen “los medios prácticos para ayudar a las familias necesitadas”. También expresaba su esperanza de que “en las políticas económicas, los dirigentes y responsables de las empresas tomen conciencia de los cambios que han de hacer, para que las familias no dependan únicamente de las ayudas, sino que el trabajo de sus miembros pueda proveer de los medios para su sustento”.

Muy hermosas fueron las palabras del Papa Juan Pablo II en la Audiencia del 5 de enero de 1994, al presentar a la familia como epifanía de Dios, es decir, como signo y manifestación del amor grande y generoso de Dios, que es amor. En la Homilía pronunciada en Columbia (Estados Unidos), el 11 de septiembre de 1994 decía el Papa que las familias cristianas “existen para formar una comunión de personas en el amor”. Y añadía que la Iglesia y la familia, “cada una a su modo, son ejemplos vivientes, en la historia humana, de la eterna comunión en el amor de las Tres Personas de la Santísima Trinidad”.

EDUCAR PARA LA SOLIDARIDAD

En la homilía de la misa celebrada con los jóvenes en San Juan de Lagos (México), el 8 de mayo de 1990, Juan Pablo II decía que los jóvenes son “artífices de una nueva civilización, la civilización de la solidaridad y del amor entre los hombres”. En Lituania, el 5 de septiembre de 1993, ponía de manifiesto que los jóvenes aspiran con fuerza a “vivir en una sociedad en la que todos los hombres sean solidarios y creen un tejido social que traspase las fronteras y barreras lingüísticas, culturales y religiosas”. Teniendo en cuenta esta aspiración, habrá que educar a los jóvenes fortaleciendo su voluntad y formándolos para la caridad, la esperanza, la confianza, la compasión y la sensibilidad humana así como “para el respeto al prójimo, para el sentido de la tolerancia democrática, evitando durezas e imposiciones, polémicas y hostilidades” (a la Federación de Institutos de Actividades Educativas, 28 de diciembre de 1985).

El compromiso de los jóvenes con el desarrollo de la Iglesia y de la sociedad hay que verlo como una consecuencia de su “adhesión activa a la fe” (Audiencia, 31 de agosto de 1994). Más aún, el evangelio en el que creen y la presencia de Cristo en sus vidas harán que se amplíen los horizontes de solidaridad de los jóvenes (a los Obispos de Brasil, el 9 de junio 1990). Se trata de una nueva civilización del “amor y de la verdad”, en la que se abran nuevos caminos de fraternidad entre los pueblos y se construya una única familia humana. Los jóvenes de cualquier parte del mundo reaccionan de forma parecida ante problemas como el hambre, las guerras, las calamidades y las catástrofes, dándose en todos ellos idéntica aspiración a construir un mundo más humano, justo y compasivo, decía el Papa en Denver (Estados Unidos), 12 de agosto de 1993. Esta nueva civilización ha de construirse sobre valores como la alabanza a Dios, el servicio a los hombres, la participación, la ternura, la justicia, la paz, la solidaridad y la responsabilidad, decía Juan Pablo II en su Mensaje a los jóvenes en La Reunión el 2 de mayo de 1989. En el número 40 de la Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, el Papa exponía un principio luminoso: desde la fe, como nuevo criterio, la solidaridad se supera a sí misma, “al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación”.

LA FAMILIA ABIERTA A LA COMUNIDAD

En la familia se viven varias experiencias tan fuertes como los lazos de la sangre que unen a sus miembros. Son la experiencia del amor esponsal, de la paternidad y maternidad, la experiencia de sentirse hijo y también la no menos importante experiencia de la fraternidad. La misma gracia que se nos infunde en los sacramentos es la gracia de Cristo Hijo de Dios y Primogénito de sus hermanos. Así la gracia nos transforma no sólo en hijos de Dios sino también en hermanos. “Es por su naturaleza y dinamismo una gracia fraterna” (Familiaris Consortio 21).

En la familia se vive la fraternidad en toda su intensidad y trascendencia. El amor entre hermanos en el seno de la propia familia hará que madure y crezca el amor al prójimo y ayudará a ver en todo hombre un hermano. Los mismos hermanos son los mejores educadores entre ellos mismos, pero también con relación a todos los seres humanos. La familia ha de formar a sus hijos en un amor “que esté abierto a la comunidad social y movido por un sentimiento de justicia y de respeto hacia los demás”, decía Juan Pablo II, en la Homilía pronunciada en Valparaíso (Chile), el día 2 de abril de 1987.

La Exhortación Apostólica Familiaris Consortio 64, cita un párrafo del Mensaje que los obispos dirigieron a todas las familias cristianas al término del Sínodo de 1980: “Otro cometido de la familia es el de formar a los hombres al amor y practicar el amor en toda relación humana con los demás, de tal modo que ella no se encierre en sí misma, sino que permanezca abierta a la comunidad, inspirándose en un sentido de justicia y de solicitud hacia los otros, consciente de la propia responsabilidad hacia toda la sociedad” (Mensaje 12).

LA FAMILIA Y EL AMOR SOCIAL

Muy concreto fue Juan Pablo II en el Discurso a los participantes en el VIII Congreso Internacional sobre la Familia (7 de noviembre de 1983): “La familia que cumple bien su misión con relación a sus miembros es ya, por sí misma, una escuela de humanidad, de fraternidad, de amor, de comunión, que prepara a ciudadanos capaces de ejercer el amor social”. Este amor social incluye –según el Papa- apertura, espíritu de colaboración, justicia, solidaridad, paz y valentía para testimoniar las propias convicciones.

La educación humana y cristiana, que se lleva a cabo en el seno de la familia es, en sí misma, un valor, que toda sociedad democrática ha de considerar un servicio a una “civilización que rechace el materialismos teórico y práctico” (Discurso del día 5 de noviembre de 1985, en el XX aniversario de la Declaración Gravissimum Educationis del Concilio Vaticano II). El Papa Juan Pablo II repetía con frecuencia que el testimonio que da la familia de sus valores más propios, como son la unidad y la indisolubilidad del matrimonio, son en sí mismos un verdadero servicio a la sociedad. Si en la familia falta el respeto a la vida naciente o Terminal y no se educa debidamente a los hijos, se está perdiendo el respeto a la persona humana y pone en peligro la estabilidad de la sociedad. “El estado de la familia es un indicador extremadamente sensible de la salud de una particular sociedad” (Discurso a los Obispos polacos, 12 de enero de 1993).

En la homilía de la misa celebrada con los jóvenes en San Juan de Lagos (México), el 8 de mayo de 1990, Juan Pablo II les decía que se sentía cercano a ellos y los tenía muy dentro del corazón, porque “con vuestras ganas de vivir y luchar abrís horizontes luminosos para la Iglesia de Cristo y para la sociedad actual. Lleváis en vuestras manos, como frágil tesoro, la esperanza del futuro. El Señor tiene su confianza en la savia nueva que late en cada joven, como promesa floreciente de vida. Por eso también deposita en vosotros una exigente responsabilidad en cuanto artífices de una nueva civilización, la civilización de la solidaridad y del amor entre los hombres”. Y seguía diciendo el Santo Padre que en Cristo “se fundamenta para todos ese nuevo estilo de vida que nos lleva a la plenitud y nos hace crecer en la entrega y amor a los hombres para la construcción de un cielo nuevo y de una tierra nueva (cf. 2P 3, 13)”.

 
 Fuente:

autorescatolicos.org

Regresar