LA FAMILIA EPIFANÍA DEL AMOR DE DIOS

 

MARIANO ESTEBAN CARO

 

En la Audiencia de la víspera de la Epifanía de 1994,  en el inicio del Año de la Familia, Juan Pablo II subrayaba el vínculo estrecho entre la Epifanía y la Familia. En la Epifanía Cristo, el Salvador, se revela como luz para todos los hombres, precisamente en el seno de la Familia de Nazaret. En la Iglesia se refleja el rostro de Cristo. También en la familia, que participa en la misión y vida de la Iglesia, ha de reflejarse la gloria de Dios. La familia, iglesia doméstica, “en el calor de las relaciones interpersonales de sus miembros debe ser un signo del amor de Dios. El Espíritu Santo, a través del sacramento del matrimonio, transforma el amor de la familia, haciendo de él “un reflejo de la gloria de Dios, del amor de la Santísima Trinidad”. Y continúa el Papa:”semejante modelo de familia es epifanía de Dios, manifestación de su amor gratuito y universal”.

       De esta afirmación Juan Pablo II deduce el carácter misionero de la familia, ya que “anuncia con su estilo de vida que Dios es amor y quiere la salvación de todos los hombres”. Para que la familia sea verdaderamente epifanía de Dios ha de ser fiel “al dinamismo que es intrínseco al amor de Dios”. El gran misterio del amor de Dios ha sido revelado en Cristo, que se entregó por todos (Ef 3, 2-6). De este amor el matrimonio y, por tanto, la familia son el “gran sacramento de unidad abierto a todos, próximos y lejanos, familiares o no, en virtud del nuevo vínculo –más fuerte que el de la sangre- que Cristo establece entre todos los que le siguen”. Así es como la familia será reflejo de la gloria de Dios y epifanía de su amor universal.