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El derecho a la dignidad
Autor
Camilo Valverde Mudarra

 

Los problemas que afectan a la dignidad del niño reclaman la puesta en marcha de importantes aspectos legales, un compromiso decidido del reconocimiento legal de los derechos del niño. 

El primero de ellos es el derecho a la vida del niño concebido, que se ve conculcado por el aborto y la eliminación de embriones con diferentes fines, prácticas, muchas veces defendidas por mentes interesadas, imbuidas de materialismo y hedonismo que inciden y arrastran a muchos incautos. Es necesario también defender la dignidad fundamental del niño gravemente vejada por la violencia indiscriminada contra los más débiles, por la explotación sexual y la falta de tutela; auténticos delitos, que han de ser reconocidos y castigados en todo su ámbito. “Hemos sabido, con emoción, dice el Papa, que se están llevando a cabo iniciativas, en amplios espacios, encaminadas a salvar al niño del abandono, cuando ambos padres han fallecido o cuando los niños son huérfanos de padres vivos” (Gratissimam sane, 14). 

La adopción por parte de matrimonios constituye un testimonio concreto de solidaridad y de amor (Cf. Evangelium vitae, 93). En su gratuidad y generosidad, la adopción es un signo patente de la comprensión del mensaje de Jesucristo, que derrama su amor hacia los niños y los acoge con alegría y bondad. Las parejas estériles que eligen la adopción son un ejemplo elocuente de caridad conyugal (Cf. Catecismo de la Iglesia católica). Por desgracia, hay muchos cónyuges que caen en la tentación de recurrir a técnicas inmorales de inseminación artificial, que se insertan en una mentalidad de "niño a toda costa" y de "derecho al niño", claramente contrarias a la Revelación Divina sobre la procreación como don de Dios, y sobre la sexualidad matrimonial como cooperación con Dios Creador. La paternidad responsable conlleva una profunda relación con el orden moral establecido por Dios. 
Los intentos recientes de legalizar adopciones por parte de consorcios homosexuales deben ser rechazados enérgicamente. Evidentemente, hay que entender, sin paliativo alguno, que ese espacio, ese ambiente, opuesto a lo natural, no es el asiento más adecuado y saludable para una verdadera educación, para una formación conformante en el crecimiento personal, mental y religioso. "No puede constituir una verdadera familia la unión de dos hombres o dos mujeres, y mucho menos se puede atribuir a esa unión el derecho a la adopción de hijos privados de familia" (Grat. sane). 
Es materia contundente y generalizada que, en las cuestiones de acogida y adopción, siempre debe de primar, de modo relevante, el principio del bien superior del niño, prevalente sobre cualquier otra consideración.
Por otra parte, la dignidad del niño exige hacer una apremiante convocatoria a la responsabilidad cristiana, y sobretodo a las parroquias, para que no olviden su atención y se acerquen a las familias con niños discapacitados. El amor cristiano ha de estar presente en ellos con el apoyo y la ayuda, con la caridad que enseña el Evangelio y abrir el corazón para recoger el don de estos niños como herencia de Cristo en la cruz. Es preciso y perentorio que una pastoral estudiada y meditada instruya, sin ambigüedades, que el niño, todo niño, está en el esmerado afecto de Jesucristo, que es un regalo intangible, un don de Nuestro Padre.
Así mismo, la vocación cristiana al amor de Jesucristo impele a ocuparse de la situación del niño sin familia, cuestión "a menudo olvidada"; niños que por diversas causas quedan solos, en desamparo, perdidos todos los asideros familiares. Necesitan la mano que los guíe, que los arrope con amor, que les de un hogar parejo al que tenían. Requieren un régimen de protección que vele por sus intereses de orden superior. Es útil y favorable permitirle, en el proceso, algún margen de participación y comunicación, hablarle y oír con cariño lo que tenga que decir. Y, por supuesto, hacer lo posible para impedir y combatir la discriminación. No se puede jamás olvidar el abandono y la soledad de estos niños; previamente, examinada su circunstancia y condición, se ha de acudir a protegerlos y cuidarlos desde el marco de los derechos y libertades fundamentales que exige la dignidad del ser humano.

Todas estas cuestiones tienen sus más eficaces vías de resolución a través de estrategias concretas y de programas adoptados a nivel nacional y en el contexto de la cooperación internacional. El cristiano ha de actuar de fermento para que las naciones no descuiden nunca la problemática del niño, dediquen sus esfuerzos en implantar el reparto justo de la riqueza y hagan parte prioritaria de su quehacer el estímulo y la garantía de los derechos fundamentales de la familia y, en concreto, los de los niños. Los derechos del niño reconocidos, respetados y promovidos han de adquirir autonomía y un respeto especial en el espacio legislativo. Será ésta una buena base para favorecer la situación de la familia misma y promover la protección y la dignidad del niño.

Este mundo nuestro enzarzado continuamente en sus egoísmos, en diversas formas de violencia y en injusticias insostenibles, necesita imperiosamente la conversión. “Vi más debajo del sol -dice el Eclesiastés-: en lugar de juicio, había impiedad; y, en lugar de justicia, iniquidad” (Ecl 3,16). Ese estado de maldad exige el vuelco, dar un giro y convertirse; reclama ese acto de humildad que desecha lo viejo, para volver sus ojos a Dios, y se reviste del ropaje siempre nuevo del mensaje misericordioso de Jesucristo. Por eso, el Evangelio mantiene su perenne frescura, porque, en cada caso, ofrece la palabra exacta que necesita el hombre. Cristo trae la salvación, pero el mundo ha de aceptarlo y volverse hacia Él; no la encuentra, quien no se convierte, no extirpa el odio y viene a la piedad; no destierra la impiedad y siembra la justicia. El buen juicio y el recto uso de la justicia exigen velar y proteger, desde el plano individual y desde las instancias colectivas y gubernamentales, la estructura familiar en las diferentes culturas y en los diversos modelos sociales. Los derechos civiles y libertades en el seno de la familia han de ser intangibles. 

Los derechos y la dignidad del niño deben ser cuidadosamente defendidos y minuciosamente amparados por la sociedad; hay que preservar su entidad y arrancar de raíz toda forma de violencia mental o física y segar de un tajo toda vejación y atropello contra la dignidad del niño.

 
 Fuente:

 autorescatolicos.org

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