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Los niños en la Biblia |
Autor |
Camilo Valverde Mudarra |
Un
niño es una persona, un
ser humano joven, que no es adulto, que no ha llegado a la pubertad. Los
pequeños se van desarrollando físicamente, hasta alcanzar la madurez psíquica
a lo largo de dos décadas, en que adquieren el control moral de sus
actos. En el seno familiar, el término designa un hijo.
Los niños
en riesgo viven situaciones de vulnerabilidad personal y
social, por la ausencia o ineficacia de la familia y de los estamentos públicos.
Son vulnerables a enfermedades, accidentes, diferentes formas de violencia
física y moral y violación de sus derechos, porque les falta la protección
de los adultos y los resguardos sociales o gubernamentales, sin asistencia
sanitaria y alimenticia, por el bajo grado de escolaridad de la población
y por la amenaza y sustracción de los derechos establecidos por la Ley. 1.
Minusvaloración del niño Los
pequeños son los irrelevantes. En ellos están incluidos, en primer
lugar, los niños (paidioi), los que son poca cosa (microi), los
mínimos, los más pequeños (elajistoi), los débiles (esthenoi),
los sencillos y pueriles (nepioi) y los últimos (esjatoi). Los
niños (paidioi), en el ambiente bíblico, contaban muy poco, no
tenían importancia en la comunidad judía, y, por tanto, no se les
prestaba la atención debida. El niño no estaba considerado legalmente
como persona, por lo que no gozaba de la plenitud de los derechos humanos,
hasta que no tenía la edad de estudiar y la capacidad de cumplir la ley.
Era propiedad absoluta del padre que podía disponer de él a placer. Todo
lo de la casa le pertenecía al jefe de familia: los hijos, la mujer, los
esclavos, los animales domésticos, todo. Los niños apenas tenían valor
alguno y el que tenían, se les daba en orden a que algún día serían
adultos: entonces comenzarían a contar en la sociedad. La atención, que
se les prestaba, no se debía a lo que eran, sino a lo que un día podían
ser. De
esta minusvaloración de los niños, es una prueba la matanza de los
inocentes (Mt 2,16) y la actitud de los apóstoles que los rechazan (Mt
19,13). El niño, hasta que no llega a la mayoría de edad, es igual que
un esclavo; la fecha de su emancipación dependía de la voluntad del
padre. "Mientras el heredero es niño (nepios) en nada se
diferencia de un esclavo" (Gal 4,1). De hecho, al niño se le
denomina indistintamente con la palabra "niño" (país) y con
la palabra "esclavo" (doulos) en el relato del oficial de
Cafarnaum, que, en Mt 8,6 pide a Jesucristo la curación de su niño y en
Lc 7,2 pide la curación de su esclavo. Esta misma identidad de
significado aparece en Mt 12,18, que traduce por "niño" (país)
el hebreo "ebed" (esclavo) de Is 42,1. La
patria potestad facultaba a los padres para poder vender, como esclavas, a
sus hijas menores de doce años, pero siempre a un judío, con el fin de
poder rescatarlas en el caso de que el comprador o su hijo no quisieran
desposarlas. En tiempos de penuria económica los judíos vendieron a sus
hijos "para poder comer" (Neh 5,2.s). Todo
esto no significa que los niños fueran despreciados o abandonados a su
propio destino o que no fueran queridos. Todo lo contrario. El amor de los
padres a los hijos está muy constatado en la Biblia. El deseo de tener un
hijo es lo más esencial en el matrimonio judío. Ahí está la ley del
levirato que certifica la enorme desgracia de pasar a la otra vida sin
tener un hijo. El inmenso amor materno está presente en las narraciones,
más o menos míticas y legendarias, de Agar y de la madre de Moisés que
no pueden ver morir al hijo de sus entrañas (Gén 21,16; Ex 2,2). Y ahí
están las bellísimas metáforas de los poetas y de los sabios: "Los
hijos son plantas de olivo alrededor de la mesa" (Sal
128,33). "La corona de los ancianos son sus nietos, la gloria de
los padres son sus hijos" (Prov 17,6). 2.
El amor de Dios por los pequeños El
Dios de la Biblia demuestra una especial predilección por los niños.
Dios los elige para grandes misiones como sucede en el caso de Samuel (1
Sam 1-3) y en la ternura con que prodigaba su amor a Israel: "Cuando
Israel era un niño, Yo lo amaba y de Egipto llamé a mi hilo” (Os
11,1). Dios
cuidaba de Israel "como de un niño en el regazo de su madre"
(Sal 131,2); “como el padre se complace de sus hijos” (Sal 103,13). De
hecho, era un niño, un recién nacido, pues acababa de salir del país de
la muerte (Egipto) a los espacios de la vida, empezaba a vivir como pueblo
independiente y libre. Israel fue siempre para Dios un niño muy querido: "Podrá
una mujer olvidarse del niño que cría, no tener compasión del niño de
su vientre. Pues, aunque ella se olvidara, yo nunca me olvidaré de
ti" (Is
49,15). A
Dios le agrada y quiere el culto y la alabanza de los niños: "Reunid
al pueblo, convocad a la comunidad, juntad a los ancianos, congregad a los
pequeños y a los niños de pecho" (Jl 2,16). En
la epopeya de Judit: "Todos los israelitas se dirigieron
fervorosos a Dios y ayunaron rigurosamente. Los hombres y sus esposas, sus
hijos, incluso pequeñitos, todos los israelitas, hombres, mujeres y niños
y se postraron en el templo" (Jdt 4, 9,1 l). "De los
labios de los pequeños y de los niños que maman te has hecho una
fortaleza frente al agresor" (Sal 8,2). Esta
predilección de Dios por los pequeños, por los débiles y por los de
segundo orden, es una constante en la Biblia. Dios elige a los que menos
cuentan, a los últimos, a los olvidados, para hacerlos importantes, para
ofrecerles su consideración, para encargarles grandes misiones y
nombrarlos guías y dirigentes. San Pablo, expresando este concepto,
escribe:
"Dios
eligió lo que el mundo tiene por necio, para humillar a los sabios; lo débil
para humillar a los fuertes; lo vil, lo despreciable, lo que es nada, para
anular a los que son algo" (1 Cor
1,27-28). Elige
a la mujer estéril, para hacerla madre de un hijo de gran relevancia.
Prefiere a Ana que se siente humillada por Penena (Gn 25,21); a Sara,
despreciada por Agar (Gn 11,31; 16,1); a Rebeca, madre de Jacob (Gn 25,21)
y a Raquel, humillada por Lia (Gn 29,31). Las esposas de los tres grandes
patriarcas -Abrahán, Issac y Jacob- eran estériles, y, en ellas, se
cumplió el salmo: "A
la estéril, le da un puesto en la casa, como madre feliz de sus hijos"
(Sal
112,9). Elige
a los menores: a Isaac y no a Ismael; a Jacob y no a Esaú; a Gedeón,
" el último de la familia" más humilde de la tribu de Manasés;
a David, y no a sus hermanos mayores; a Salomón, el hijo más joven de
David: José es el preferido de Jacob y Efraim adelanta a Manasés. Protege
al débil contra el fuerte, al pequeño David contra Saul, poderoso y de
gran consideración; al humilde pastor, que es David, contra Goliat, el
gigante. |
Fuente: | autorescatolicos.org |
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