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Unidualidad hombre y mujer. Enseñanzas de San Juan Pablo II
Autor
Padre Mariano Esteban Caro

  LA EL HOMBRE ESPOSO Y PADRE

El hombre, esposo y padre, está llamado a vivir su don específico y su propia función en el seno de la comunión y la comunidad conyugal y familiar.

El verdadero amor conyugal exige por parte del hombre un profundo respeto hacia la igual dignidad de la mujer. Decía San Ambrosio a los esposos: “No eres su amo, sino su marido; no te ha sido dada como esclava, sino como mujer…Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé para con ella agradecido por su amor”. El esposo ha de vivir con su esposa una relación muy especial de amistad personal. Decía San Juan Pablo II: “El cristiano además está llamado a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia” (FC 25).

Para comprender y realizar su paternidad, el hombre tiene el amor a la esposa y a los hijos. Cuando las condiciones sociales y culturales inducen al padre a desentenderse de alguna forma de su familia y de la marcha de la educación de los hijos, “es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible” (FC 25). Pone de manifiesto el Papa cómo la experiencia ofrece dos enseñanzas: en primer lugar, la ausencia del padre provoca desequilibrios sicológicos y morales y dificultades en las relaciones familiares; y por otra parte, “la presencia opresiva del padre”, el machismo o el abuso de las prerrogativas masculinas “que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares” (FC 25).

El hombre, “revelando y reviviendo en la tierra la paternidad de Dios está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia”. Y enumera Juan Pablo II los medios que tiene el hombre para realizar esta tarea: una generosa responsabilidad por la vida concebida “junto al corazón de la madre”, un compromiso compartido con la propia esposa, un trabajo que no disgregue a la familia, sino que promueva su cohesión y estabilidad y un testimonio de vida cristiana que introduzca a los hijos en la “experiencia viva” de Cristo y de la Iglesia.

En Terni (Italia), en la Homilía de la misa de la fiesta de San José de 1981 San Juan Pablo II habló del significado de la paternidad en el seno de la familia. “La familia se apoya sobre a dignidad de la paternidad humana, sobre la responsabilidad del hombre, marido y padre, así como también sobre su trabajo”. Y siguió el Papa diciendo que “conociendo los corazones de los hombres del trabajo, su honestidad y responsabilidad, manifiesto la convicción de que precisamente ellos asegurarán y consolidarán estos dos bienes fundamentales del hombre y de la sociedad: la unidad de la familia y el respeto a la vida concebida bajo el corazón de la madre”.


RECIPROCIDAD Y COMPLEMENTARIEDAD

En la Carta a las Familias 9, se refiere San Juan Pablo II a la maternidad y la paternidad, que se basan en la biología, pero la superan, pues en ellas “Dios mismo está presente de un modo diverso a como lo está en cualquier otra generación sobre la tierra”, pues solamente de Dios proviene su imagen y semejanza. “La generación es, por consiguiente, la continuación de la creación”.

En el número 30 de la Carta Apostólica sobre la Dignidad de la Mujer dice San Juan Pablo II que Dios le confía a la mujer “de modo especial al hombre, es decir, al ser humano”. Y en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1995 explicaba el Papa esta afirmación, que “no ha de entenderse en sentido exclusivo, sino más bien según la lógica de funciones complementarias en la común vocación al amor, que llama a los hombres y a las mujeres a aspirar concordemente a la paz y a construirla juntos”. Dios ha creado al ser humano hombre y mujer, para que entre ellos se estableciera “una relación de profunda comunión, en la perfecta reciprocidad de conocimiento y de don”. El hombre y la mujer son dos interlocutores en total igualdad. Dios ha creado al hombre y a la mujer el uno para el otro, pero esto no significa que Dios los haya creado incompletos, sino para una comunión de personas y para ayudarse mutuamente: “son, a la vez, iguales en cuanto personas y complementarios en cuanto masculino y femenino”. Por eso –siguió diciendo el Papa en este Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de 1995- “reciprocidad y complementariedad son las dos características fundamentales de la pareja humana”. En la educación de los hijos la madre tiene un papel decisivo, pero no puede estar sola: “Los hijos tienen necesidad de la presencia y del cuidado de ambos padres, quienes realizan su misión educativa principalmente a través del influjo de su comportamiento. La calidad de la relación que se establece entre los esposos influye profundamente en la psicología del hijo y condiciona no poco sus relaciones con el ambiente circundante, como también las que irá estableciendo a lo largo de su existencia”.

El día 3 de mayo e 1981, habló el Papa a un grupo de esposos del Movimiento de los Focolares (Familias Nuevas). Les dijo que “por obra del Espíritu Santo, vosotros os habéis hecho una unidad en dos. La fuerza que os une es el amor”. Y les recordaba que desde el día de su matrimonio perduraba “la compenetración recíproca del amor divino y del amor humano”, pues efectivamente “el amor divino penetra en el humano”.

Por medio de este amor –seguía diciendo San Juan Pablo II- “constituís la unidad en Dios: la “communio personarum”. Constituís la unidad de dos”. En el sacramento del matrimonio –proseguía- “habéis sido llamados a haceros, como marido y esposa, los padres: padre y madre. ¡Qué vocación y qué dignidad! Pero también ¡cuánta responsabilidad!”. Esta dignidad de padres –terminaba el Papa- “proyecta luz fundamental sobre lo que sois para vosotros mismos, recíprocamente como esposos; esto es, ilumina todo vuestro amor, que se realiza mediante el cuerpo y el alma”.


UNIDUALIDAD Y RELACIÓN INTERPERSONAL

En su Carta a las Mujeres, “a cada una de vosotras” (29 de junio de 1995), San Juan Pablo II dice que “la mujer es complemento del hombre, como el hombre es el complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí complementarios”. Y añade el Papa que femineidad y masculinidad son entre sí complementarios “no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Solo gracias a la dualidad de lo masculino y los femenino, lo humano se realiza plenamente”. Concluye esta reflexión con las siguientes palabras: la relación más natural hombre-mujer, “de acuerdo con el designio de Dios, es la unidad de los dos, o sea, una unidualidad relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante” (8).

En la Homilía de la misa celebrada el día 19 de marzo de 1981, fiesta de San José, en la población italiana de Terni, Juan Pablo II decía a los esposos: “Vuestra paternidad, queridos hermanos, se une siempre con la maternidad. Y el que ha sido concebido en el seno de la mujer-madre os une a vosotros esposos, marido y mujer, con un vínculo particular que Dios-Creador del hombre ha bendecido desde el principio. Este es el vínculo de la paternidad y de la maternidad, que se forma desde el momento en que el hombre, el marido, encuentra en la maternidad de la mujer la expresión y la confirmación de su paternidad humana”.

El día 20 de septiembre de 1996, el Papa Juan Pablo II, en la población francesa de Santa Ana d’ Auray, habló a las familias. Dos fueron los temas principales abordados por el Papa: el sentido del amor conyugal y la responsabilidad que con relación a la familia tienen todos sus miembros. Incluidos los hijos, que también son responsables, junto con sus padres, de crear un clima de serenidad, que haga posible la entrega generosa y el desarrollo personal. Los padres -decía Juan Pablo II- han de ofrecer un claro testimonio de la belleza de la paternidad y la maternidad. Tienen la responsabilidad de ayudar a sus hijos para que conozcan a Cristo y le sigan con generosidad. Cuando en las familias hay una fe profunda pueden surgir las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Son los principales responsables de un clima de diálogo en la familia así como de encuentros gratificantes entre todos sus miembros. Han de promover la cultura de la vida, acogiendo a los hijos que Dios les dé y educarlos para la vida adulta. Si en la familia -seguía diciendo el Papa- reina un clima de amor y ternura, de perdón y de entrega, se facilitará a los hijos la forja y el desarrollo armonioso de su propia personalidad.

En el número 42 de la Carta Apostólica sobre el Rosario, recomienda San Juan Pablo II que los padres recen esta oración “por los hijos, y, mejor, con los hijos”, pues esto les ayudará a “seguir a los hijos en las diversas etapas de la vida”. En la sociedad de la tecnología, de los medios de comunicación y de la globalización, “todo se ha acelerado y cada día es mayor la distancia cultural entre las generaciones”. Mensajes de todo tipo y las experiencias más imprevisibles “hacen mella pronto en la vida de los chicos y de los adolescentes, y, a veces, es angustioso para los padres afrontar los peligros que corren los hijos”. Y concluye el Papa diciendo que con frecuencia los padres se encuentran “ante desilusiones fuertes, al constatar los fracasos de los hijos ante la seducción de la droga, los atractivos de un hedonismo desenfrenado, las tentaciones de la violencia o las formas tan diferentes del sinsentido y la desesperación”.

 
 Fuente:

autorescatolicos.org

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