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El amor de los Padres participación del Amor de Dios
Autor
Padre Mariano Esteban Caro

  LA FAMILIA, ESCUELA DE AMOR

La familia ha de educar a sus hijos en el amor y a través del amor. Comunidad de vida y amor, la familia ha de ser una escuela constante y eficaz. El amor de los padres a sus hijos tiene una importancia decisiva también como medio para facilitar la educación. Es la pedagogía más completa. Los padres deben querer a sus hijos y éstos tienen que percibir que son amados. Amor, que se traduce en dedicación diaria y sacrificada. No es simple amor humano. Ni sólo caridad sobrenatural.

El amor de los padres a sus hijos es, a la vez, contenido y camino para transmitir el amor. La familia tiene como especial misión custodiar, revelar y trasmitir el amor, como reflejo de Dios, que es amor. “La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor” (Benedicto XVI, 6-6-2005). La vida familiar es la mejor escuela del amor gratuito.

Cuando los padres viven como verdaderos cristianos, están poniendo el medio más eficaz para que el mensaje de la fe sea recibido espontáneamente. La razón de esta “espontaneidad” es el amor que todo hijo siente por sus padres. La eficacia de este testimonio cercano y diario de los propios padres hace de ellos verdaderos testigos y artífices del nacimiento del sentido de Dios en sus hijos. La vida de los padres, coherente con su fe, contrastada por los hijos a diario y muy de cerca, irá despertando en éstos la fe y el sentido de Dios.

El amor a los hijos es, a la vez, contenido y medio de su educación. Es el contenido fundamental a transmitir, pues el ser humano no puede vivir sin el amor. El amor del padre y de la madre revela a sus hijos el rostro de Dios, que es Padre, pero también es Madre. Se convierten en signo legible de Dios, que es amor. Para que el amor sea realmente eficaz en el proceso educativo en familia los hijos han de percibir que son amados por sus padres gratuita y generosamente.

EL AMOR DE LOS PADRES, PARTICIPACIÓN DEL AMOR DE DIOS

“El amor de los padres es una participación singular en el misterio de la vida y del amor de Dios” (Juan Pablo II, FC 29). Mediante el sacramento del matrimonio, “su amor humano asume un valor infinito”, ya que hace presente el amor de Dios Creador y Padre. El amor divino penetra en el humano, dándole una dimensión nueva y desarrollándolo hacia su plenitud. El amor entre el hombre y la mujer se convierte en símbolo e imagen del amor de Dios hacia su pueblo. Esta comunión entre Dios y los hombres se cumple de modo definitivo en Cristo. El matrimonio cristiano es símbolo real de la nueva y eterna Alianza. La misma fidelidad e indisolubilidad del matrimonio es querida por Dios, en cuanto participación del amor fiel de Dios al hombre y de Cristo a su Iglesia.

“También en la generación de los hijos el matrimonio refleja su modelo divino, el amor de Dios al hombre. En el hombre y en la mujer, la paternidad y la maternidad, como el cuerpo y como el amor, no se pueden reducir a lo biológico: la vida sólo se da enteramente cuando juntamente con el nacimiento se dan también el amor y el sentido que permiten decir sí a esta vida” (Benedicto XVI, 6-6-2005).
En su realidad más profunda el amor es esencialmente don. Hasta tal punto el amor es don que no se agota en los esposos, sino que los capacita para dar el gran don de la vida a sus hijos, que son la síntesis indestructible del padre y de la madre. El Dios de la vida y del amor crea al ser humano, hombre y mujer, a su imagen y semejanza. Los crea por amor y los llama al amor. Esta vocación al amor en el matrimonio está esencialmente unida al don de la vida.


ETERNO ENGENDRAR DE DIOS

No sólo el amor del padre, también el de la madre, con sus características propias, es participación y revelación del amor de Dios. Podemos decir que el amor de Dios es paternomaternal, porque se parece al amor del padre y al de la madre. A través del amor del padre y de la madre se hace presente y se revela el amor infinito de Dios. “Dios es Padre, más aún, es madre” (Juan Pablo I, 10-9-1978).

En la Biblia el amor de Dios es presentado en muchos momentos como el amor masculino del padre, pero a veces también como el amor femenino de la madre. Este modo antropológico de hablar de Dios “indica también indirectamente el misterio del eterno engendrar, que pertenece a la vida íntima de Dios” (Juan Pablo II, Carta sobre la dignidad de la mujer, 8). Es pues, el amor de los esposos y padres revelación y reflejo no sólo del amor creador de Dios, sino también de su vida íntima.


EL AMOR DE LOS PADRES REVELA EL AMOR DE DIOS

“En cierto sentido, la familia humana es icono de la Trinidad por el amor interpersonal y por la fecundidad del amor” (Benedicto XVI, 27-12-2009). La familia, en cuanto participa del amor de Dios, uno y trino, tiene la misión de revelar, comunicar y custodiar el amor, a través del amor del padre y de la madre. “Ojalá que los hijos contemplen más los momentos de armonía y afecto de los padres, que no los de discordia o distanciamiento, pues el amor entre el padre y la madre ofrece a los hijos una gran seguridad y les enseña la belleza del amor fiel y duradero” (Benedicto XVI, 8-7-2006).

Los niños tienen que descubrir el amor de Dios, a través del cariño de sus padres, que revela de modo cercano el amor de Dios. Es una trascendental responsabilidad, que reciben de Dios los esposos cuando llegan a ser padres, pues “su amor paterno está llamado a ser para los hijos el signo visible del amor de Dios, del que viene toda paternidad” (Juan Pablo II, FC 14). Incluso la imagen y semejanza del Dios-Amor es transmitida a sus hijos por el hombre y la mujer, como esposos y padres. Los padres son artífices del sentido de Dios en sus hijos.

EL AMOR DE LOS ESPOSOS Y EL AMOR DE CRISTO A LA IGLESIA

El amor entre el hombre y la mujer, unidos por el sacramento del matrimonio, participa del amor de Dios y refleja como en un espejo el amor eternamente fiel de Dios por su pueblo y de Cristo a la Iglesia. Existe una analogía y semejanza entre el amor de los esposos y el de Cristo por la Iglesia. “En el matrimonio y en el amor esponsal cristiano se refleja el amor esponsal del Redentor por su Iglesia. El amor del marido por la mujer es participación el amor de Cristo por la Iglesia”. Es una “constatación de fe” la reciprocidad del amor esponsal de la Iglesia-Esposa y de Cristo-Cabeza (Juan Pablo II, 18-12-1991).

El matrimonio es reflejo del amor esponsal de Cristo por su Iglesia; pero además es signo eficaz de este amor, porque es el Gran Sacramento. El matrimonio de los bautizados se convierte en símbolo real de la Alianza nueva y eterna. Esta es la razón de que el sacramento del matrimonio, en cuanto memorial de este amor tan grande, dé a los esposos la gracia de recordar, proclamar y vivir ante sus hijos el gran amor de Dios. Es también actualización de este amor, cuyas exigencias han de poner por obra. La gracia del sacramento del matrimonio hace que los esposos, como pareja, participen del amor creador y salvador de Dios en Cristo. Viviendo la familia cristiana este amor, Sacramento Grande, se constituye en “epifanía de Dios, en manifestación de su amor gratuito y universal y, en cuanto tal, es por sí misma, misionera, porque anuncia con su estilo de vida que Dios es amor” (Juan Pablo II, 5-1-1994).
 
 Fuente:

autorescatolicos.org

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